Por
Juan Antonio Rodríguez Tous
Por lo visto, fomentar el uso de la bicicleta en Andalucía sigue
siendo motivo de guasa. De hecho, aun dura el cachondeíto generalizado
que provocó la última intervención pública de la Consejera de Fomento de
la Junta, la comunista Elena Cortés. Dijo la consejera que el plan
integral de la bicicleta podía convertirse en la «palanca del cambio
productivo en Andalucía».
Casi todos se rieron mucho. La consejera, por
supuesto, exageraba un poco, pero lo hizo como exageraría cualquiera
cuando habla de algo que le apasiona: los béticos consideran al Betis el
mejor equipo del mundo y no se ríen de ellos. El ex-presidente Chaves
afirmaba que Andalucía estaría muy pronto entre las regiones más
dinámicas de Occidente, y los innumerables afines le hacían la ola. En
materia ciclista, sin embargo, surgen de inmediato esos antiguos
prejuicios que asimilan la bicicleta al fracaso social. Pedalea el que
no tiene un duro o el peluso antisistema: ja, ja, ja. Entre los miembros
de la clase política, de hecho, hay un antes y un después del
privilegio del coche oficial. Quien no disfruta de la prebenda es un don
Nadie en el partido. Nunca he visto entrar a un diputado en bici en el
Parlamento autonómico, y vivo a cincuenta metros de la entrada.
Quizá no sea el uso masivo de la bicicleta esa fenomenal palanca
económica que quiere Elena Cortés. Su rentabilidad socio-económica, en
cambio, es indiscutible. Las políticas de «movilidad sostenible» -que es
como se llama modernamente al sentido común aplicado a la gestión del
tráfico rodado- requieren poco gasto y generan enormes beneficios. Justo
lo contrario, por ejemplo, de lo que ocurre con otras inversiones
públicas falsamente glamurosas: estadios olímpicos por si acaso,
aeropuertos fantasmagóricos o estúpidas autopistas que comunican la nada
con la nada. Gracias al incremento del uso de la bicicleta se dinamizan
comercialmente, por ejemplo, amplias zonas de los centros históricos.
Es lo que ha ocurrido en Sevilla, cuarta ciudad del mundo en número de
usuarios de las dos ruedas. Y también se mejora, con muy poco esfuerzo
inversor, la imagen turística de una ciudad.
Con todo, el principal argumento para defender el uso de la bicicleta
en las ciudades y en las áreas metropolitanas andaluzas no sería
apropiado en boca de una consejera de IU-CA. Y es que el uso de la
bicicleta también favorece el stajanovismo laboral, que es el sueño de
los neoliberales: desplazarse en bicicleta permite optimizar el tiempo
de trabajo, eliminando retrasos en los desplazamientos o reduciendo la
duración de los mismos. El ciclista es un currante veloz y, por lo
tanto, muy rentable. A la vez, se descongestiona el tráfico rodado, de
modo que mejora el transporte público o el reparto de mercancías.
Produce, en fin, cierta melancolía comprobar cómo una excelente
iniciativa política suscita tanto rechazo idiota. Es el sino de nuestro
decadente sistema político, donde triunfan mucho más fácilmente los
estúpidos que los capaces. Por eso cuesta tanto trabajo en España
defender lo obvio.
Publicado en el diario "El Mundo"
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