¿Puede
un museo recrear el pedaleo ligero sobre dos ruedas? Acudimos a
Seseña para comprobarlo.
Por Javier de Frutos, en el periódico Diagonal
El
pasado 18 de mayo, con motivo Del Día Internacional de los Museos,
DIAGONAL visitó el Museo del ciclismo que las instalaciones de la
empresa Würth albergan en la localidad toledana de Seseña.
En
realidad ésta debería ser la crónica de una no-visita, pues, el
día anterior, alguien que contestó al teléfono en Würth nos
informó de que el museo estaba cerrado y de que no había noticias
de que fueran a volver abrirlo. Pese a este contratiempo, no faltaban
argumentos para acercarse hasta Seseña y tampoco escaseaban los
ingredientes: un museo cerrado en el polígono industrial adyacente
al epicentro del estallido de la burbuja inmobiliaria… “Inaugurado
en 2004, el primer museo del ciclismo abierto en España permanece
olvidado en el interior de una fábrica. Al fondo, la urbanización
de Seseña y sus envejecidos pisos piloto parecen lo único visitable
de la zona”.En fin, ése podría haber sido el arranque. Tal vez
escribiendo Estado español en vez de España y comprobando si aún
existen por allí pisos piloto, el texto no iría mal encaminado.
Sucedió
en cambio que, al llegar a la fábrica de Würth, nos atendió en la
entrada una mujer muy amable que, tras facilitarnos las tarjetas
magnéticas para franquear los tornos, nos explicó con detalle cómo
acceder a la exposición. Así que a las tres de la tarde pudimos
contemplar en una sala diáfana, bañada con luz natural, cerca de un
centenar de bicicletas que dan cuenta de un siglo de historia de
ciclismo. No coincidimos con nadie. Tampoco había vigilantes
siguiendo nuestros pasos. Sólo la sensación de que las cámaras de
seguridad nos acompañaban y frenaba la tentación de tocar. “No
tocar” podría ser el lema del Día Internacional de los Museos.
Ligereza
La
primera parte de la exposición reúne una muestra de bicicletas de
principios del siglo XX: artilugios de hierro con freno de varilla,
faro delantero y una bolsa de herramientas en la parte posterior del
sillín. Ya contienen la ligereza y simplicidad de esta máquina que,
en su esencia, apenas ha sufrido variaciones desde entonces. Los
componentes son ahora menos pesados y más resistentes, y los cambios
permiten adaptar la pedalada al terreno, pero el sentido de la
bicicleta es el mismo: un cuadro con sillín y manillar, dos ruedas
alineadas y los pedales que a través de la cadena hacen girar un
piñón y ponen en movimiento la rueda trasera.
Puede contemplarse la bici de Bahamontes en 1947, una Orbea de cuadro rojo con llanta de madera
La
segunda parte es un terreno reservado para los aficionados. Puede
contemplarse la bici de Bahamontes en 1947, una Orbea de cuadro rojo
con llanta de madera y sin cambio; la Razesa de 14 velocidades
utilizada por Ocaña en los años ‘70; la austera Olmo con la que
Marino Lejarreta marcaba una época en los ‘80, o la Trek con la
que Contador ganó el Giro de 2008.
Un
último espacio está dedicado a glosar la trayectoria de Federico
Martín Bahamontes, el ciclista toledano que ganó el Tour de Francia
en 1959 y cuyos recuerdos nutren buena parte del museo: maillots
propios y otros dedicados a él por grandes corredores, trofeos,
folletos del Tour, recortes de prensa, etc.
Pero
donde quizás está concentrada la extraña belleza del ciclismo es
en una escultura hiperrealista que se puede contemplar a la entrada
de la exposición. Se titula Walking in tall grass y es obra
de Jan Nelson (Melbourne, 1955). Refleja la figura doliente del
ciclista Joseba Beloki instantes después de su caída en el descenso
del puerto de la Rochette, en el Tour de 2003. Aquel accidente marcó
la carrera del corredor guipuzcoano. Nunca lograría recuperar el
mismo nivel.
Detrás
de una puerta
De
modo que, nada más atravesar la puerta de entrada a un museo
rarísimo en una fábrica toledana de la multinacional Würth –una
empresa alemana de tornillos, anclajes y otros componentes–, el
improbable espectador se encontrará con la escultura yacente de
Joseba Beloki. Una imagen dramática. Mejor no detenerse mucho
mirando el rostro del corredor. Se acaba de romper el fémur, el codo
y la muñeca derecha. El asfalto derretido de una maldita curva ha
tenido la culpa. Lance Armstrong ha logrado esquivarle y recorre
ahora campo a través la distancia que le separa de su quinto Tour.
Al
abandonar las instalaciones de la fábrica, la misma persona que nos
facilitó la entrada se interesó por nuestras impresiones. En
invierno no viene mucha gente, pero con el buen tiempo sí que
aparecen visitantes, nos aclaró.
Imagen:
La
caída de Joseba Beloki vista por Jan Nelson en su escultura Walking
in tall grass (2004). MÓNICA
ANTÓN BRAVO
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